Cuentan que en cierta época Albert Einstein solía viajar a distintas universidades para pronunciar conferencias, y siempre lo llevaba el mismo chofer. Un día este le dijo:
—Dr. Einstein, ya van unas 30 veces que le oigo exponer su teoría de la relatividad. Ya hasta me la sé de memoria. Apuesto a que soy capaz de repetirla.
—Te lo creo. Y ya que en la próxima universidad no me conocen, cuando lleguemos me pondré tu gorra y tú darás la conferencia.
Y lo hizo de maravilla. Mas cuando se disponía a salir, un profesor le expuso una pregunta muy compleja, con un montón de fórmulas y ecuaciones. Por fortuna el impostor supo salir del apuro.
—La solución de ese problema es sencillísima —replicó—. Me sorprende que tenga que preguntarla, profesor. Es más, para demostrarle lo fácil que es, le pediré a mi chofer que le conteste.
— J.D.-




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